Mi relación con el agua

040 - N'Djamena - Kabalaye - Celebrazione Domenicale  Por: María Enith Franco, LMC Colombia

Chad es un enorme y hermoso país que queda al sur del Sahara. Es un país que está muy cerca de mi corazón, porque allí viví durante los años 2009 y 2010.

Llegué allí invitada por el obispo de Doba, Monseñor Michell Russo. Por mi profesión, la ingeniería de sistemas, podría ser muy útil en el hospital de Bebdjia, un hospital que atiende una extensa región del sur de Chad y que está administrado por las Misioneras Combonianas.

La idea de Monseñor Russo era emprender un proyecto de sistematización de la farmacia, ya que la diócesis lleva anualmente, desde Europa, un contenedor de medicamentos que son utilizados allí mismo en el hospital, o distribuidos en los pequeños centros de salud. Algunos de sus problemas, en ese momento, eran el control del inventario y fechas de caducidad.

Hospital (94)Después de mi llegada a Chad, en febrero de 2009, Monseñor Russo consiguió que una ONG Española administrara el proyecto de informatización de la farmacia. Mi labor fue colaborar con la ONG mientras asumía otras funciones administrativas en el hospital, reparaba los computadores de los misioneros y daba catequesis a los niños en la escuela católica.

La mayor parte del tiempo viví en una pequeña casita, dentro del área que constituía el hospital, a orilla de la carretera. Fue allí donde cambió mi relación con el agua.

Gracias a los esfuerzos de las Misioneras Combonianas, el hospital de Bebdjia tiene un buen sistema de tuberías. Así que yo contaba con agua en mi pequeña casita, al igual que la tenemos normalmente en las ciudades. No así los habitantes del Chad, pues en la mayoría de las ciudades no hay acueducto. Siendo ese el caso de Bebdjia, la gente debe tomar agua de los pozos construidos para tal fin.

Por obvias razones, les quartiers (los barrios) son construidos alrededor de los pozos; sin embargo, no todos logran estar muy cerca, también se encuentran barrios alejados de los pozos.

Picture 020Usualmente, las mujeres son las encargadas de ir por el agua y en especial las niñas que juguetean entre ellas camino al pozo. Luego, de regreso, la portan en la cabeza extraordinariamente, sin dejar caer una sola gota al piso.

Yo me sentía privilegiada, pero Dios quiso que yo experimentara lo que vivían la mayoría de los chadianos a diario: la tubería del hospital tuvo que ser reemplazada, y durante el tiempo que duraron estos trabajos, teníamos algunos días sin el servicio, por lo que me tocaba traer el agua de un pozo que está dentro del hospital, a unas dos cuadras de mi casa.

Por supuesto, una tarea titánica para una colombiana que nunca ha tenido que vivir esta situación. Para sacar el agua había que bombear con el pie. Se llenaba el recipiente y, hasta allí todo bien, no obstante el esfuerzo. Pero el verdadero problema era transportarlo hasta la casa. La mitad del agua se quedaba en el camino, lo cual me obligaba a regresar por más.

Las niñas que venían de los barrios cercanos a sacar agua de nuestro pozo, me veían asombradas y se soltaban a reír a carcajadas. Después se compadecían de mí y me gritaban de lejos: -“¡Ma soeur, on va t’aider!!!” (querida hermana, vamos a ayudarte).

Ellas volvían al pozo, llenaban nuevamente el recipiente y me lo acercaban a mi casa. Una vez en la casa, compartíamos bananos o galletas y después se iban muy sonrientes.

La generosidad de estas niñas es algo que jamás quiero olvidar, es un detalle muy hermoso que llevo grabado en mi corazón.

Desde junio de 2010 estoy nuevamente en Colombia, y al estar aquí recuerdo con cariño esas caritas alegres y generosas. Mi vida cambió en muchos aspectos después de Chad; pero sobre todo he aprendido a valorar el agua de manera particular. Ahora, mi relación con el agua es de respeto y veneración. Ahora la cuido y procuro que los demás también lo hagan.

Cuando lavo la ropa, cuando limpio los pisos, cuando lavo los platos, cuando cocino… Siempre tengo presente estas maravillosas personas que tienen que caminar kilómetros para conseguir un poco de agua y su esfuerzo hace que cada gota sea valiosa, como lo es para mí también ahora.

Por eso me enoja ver a quienes lavan vehículos o ante-jardines con agua potable. Cuando veo a mis vecinos haciendo esto me gustaría que vivieran la carencia del agua, al menos por un tiempo, para que aprendan a apreciarla.

Me gusta contar esta historia para que quienes la conozcan, comprendan que el agua es un valioso elemento que se está agotando. Llegará un día en que teniendo la mejor infraestructura, no circule una gota de agua a través de ella, porque ya la habremos acabado, o la habremos contaminado y no estará disponible.

Cada vez que entremos en contacto con el agua, pensemos que en otro lugar del mundo hay personas que carecen de este líquido precioso. Por eso, es nuestro deber ahorrarla y no desperdiciarla. Tal vez, en muy corto tiempo, tendremos que añorarla.

Roguemos al Señor de la vida para que todos los habitantes del planeta nos comprometamos a cuidar y conservar el agua verdaderamente.